Las Aventuras Extraordinarias de Arsenio Lupin, Caballero Ladrón

De Maurice Leblanc

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Traducido del inglés por LocAge LatAm

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El eBook del Proyecto Gutenberg de Las aventuras extraordinarias de Arsenio Lupin, Caballero-Ladrón

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Título: Las aventuras extraordinarias de Arsenio Lupin, Caballero Ladrón
Autor: Maurice Leblanc
Fecha de publicación: 1 de julio de 2004 [eBook #6133]
Actualización más reciente: 8 de abril de 2023
Idioma: Español latino
Creditos: Jeanine Aedo, Martín Larrabure, Camila Llauco y Cyntia Zepeda

Esta traducción al español latino por Jeanine Aedo, Martin Larrabure, Camila Llauco y Cyntia Zepeda está bajo la licencia de Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License.Las imágenes utilizadas en esta obra provienen del sitio web oldbookillustrations.com. Se cree que son de dominio público en Estados Unidos y en otros países, porque se han reproducido desde un libro o documento por el cual se ha afirmado que los derechos de autor han expirado en los lugares nombrados.

El Arresto de Arsenio Lupin

Para haber sido un viaje que comenzó de la manera más favorable, el final fue bastante curioso. El barco a vapor trasatlántico “La Provence” era un navío cómodo y veloz, bajo el comando de un hombre de lo más cordial. Los pasajeros conformaban una sociedad selecta y encantadora. El atractivo de las nuevas relaciones y la diversión improvisada sirvieron para hacer el tiempo más ameno. Disfrutamos la sensación placentera de estar separados del mundo, viviendo como si estuviéramos en una isla desconocida, y con la obligación de ser sociables el uno con el otro.

¿Alguna vez se ha puesto a considerar cuánta originalidad y espontaneidad emana de estos individuos, que previo a una tarde, no sabían del otro, y quienes ahora son condenados a llevar una vida de extrema intimidad, desafiando a la vez la ira del océano, la arremetida de las olas, la violencia de la tempestad y la monotonía agonizante de la tranquilidad y las aguas dormidas? Esa vida se vuelve una especie de existencia trágica, con sus tormentas y grandezas, su monotonía y diversidad; y es la razón de que, quizás, nos embarcamos hacia esa corta travesía con sentimientos combinados de placer y miedo.

Pero, durante los últimos años, se ha añadido una nueva sensación en la vida del viaje trasatlántico. La pequeña isla flotante está atada al mundo del cual fue libre alguna vez. Un lazo los unificó, incluso en el profundo corazón de las aguas residuales del Atlántico. Ese lazo es el telégrafo inalámbrico, del cual recibimos noticias de la forma más misteriosa. Sabíamos muy bien que el mensaje no se transmitía por medio de un cable hueco. No, el misterio es incluso más inexplicable, más romántico, y tuvimos que recurrir a las alas en el aire para explicar este milagro nuevo. Durante el primer día de viaje, sentíamos que estábamos siendo seguidos, escoltados, incluso precedidos por esa voz distante, la cual, de vez en cuando, susurraba a uno de nosotros unas pocas palabras del mundo desvanecido. Dos amigos me hablaron. Otros diez o veinte enviaron palabras alegres o sombrías de despedida hacia otros pasajeros.

En el segundo día, a una distancia de quinientas millas de la costa francesa, en medio de una violenta tormenta, recibimos el siguiente mensaje por el telégrafo:

Arsenio Lupin está en su buque, primera cabina, cabello rubio, herida en el antebrazo derecho, viaja solo bajo el nombre de R…”

En ese momento, el destello de un rayo rasguñaba los cielos tormentosos. Las ondas eléctricas fueron interrumpidas. El resto de la transmisión nunca llegó. Del nombre con el que Arsenio Lupin se ocultaba, sabíamos solo la inicial.

Si las noticias hubieran sido de otro personaje, no tengo duda que el secreto pudo haber sido guardado cuidadosamente por el operador telegráfico, como también por los oficiales del navío. Pero era de esos eventos calculados para escapar de la más rigurosa discreción. El mismo día, nadie sabía cómo el incidente se volvió un cotilleo recurrente y cada pasajero era consciente de que el famoso Arsenio Lupin se escondía entre nosotros.

¡Arsenio Lupin entre nosotros! ¡El ladrón irresponsable cuyas fechorías se habían estado narrando en todos los periódicos de los últimos meses! El individuo con quién Ganimard, nuestro astuto detective, se había implicado en un conflicto implacable en medio de un entorno interesante y pintoresco. Arsenio Lupin, el excéntrico caballero que operaba sólo en los châteaux y salones. Quién también, una noche, ingresó a la residencia del Barón Schormann, pero salió con las manos vacías, dejando su tarjeta que tenía escrito lo siguiente: “Arsenio Lupin, caballero ladrón, regresará cuando la mueblería sea auténtica”. Arsenio Lupin, el hombre de las mil caras: convertido en chofer, detective, corredor de apuestas, físico ruso, torero, viajero comercial, joven robusto o anciano decrépito.

Luego consideré esta alarmante situación: ¡Arsenio Lupin rondaba dentro de los límites autorizados de un trasatlántico a vapor; en ese pequeño rincón del mundo, en ese salón comedor, en ese salón de fumadores, ¡en ese salón de música! Arsenio Lupin, era tal vez, ese caballero… o ese… mi vecino de la mesa de al lado… mi compañero de camarote…

“¡Y este lío durará cinco días!” exclamó la señorita Nelly Underdown, a la mañana siguiente. “¡Es insoportable! Espero que lo arresten”.

Luego añadió, dirigiéndose a mí:

“Y usted, Sr. d’Andrézy, que está en confianza con el capitán, ¿seguro que no sabe algo?”

Hubiese estado encantado de tener cualquier información que le interesara a la señorita Nelly. Ella era de esas criaturas magníficas que inevitablemente llamaban la atención en cualquier reunión. La riqueza y la belleza forman una combinación irresistible, y Nelly poseía ambas.

Bajo el cuidado de una madre francesa y educada en París, iba de viaje a visitar a su padre, el millonario Underdown de Chicago. Iba acompañada de una de sus amigas, Lady Jerland.

Al principio, decidí coquetear con ella; pero, con la creciente intimidad del viaje, me impresionaron sus encantadores modales y mis sentimientos se volvieron aún más profundos y reverenciales para un simple coqueteo. Además, ella aceptó mis intenciones con cierto grado de favor. Fue condescendiente a reírse de mis ocurrencias y presentó interés en mis historias. Aún así, sentí que tenía un rival en el cuerpo de un joven de gustos refinados y discretos; y me chocaba, en ocasiones, que ella prefiriera su humor taciturno en vez de mi frivolidad parisina. Era uno de los presentes en el círculo de admiradores que rodeaban a la señorita Nelly en el momento que dirigía hacia mí la pregunta anterior. Estábamos sentados cómodamente en nuestras reposeras. La tormenta de la tarde anterior había limpiado el cielo. Ahora el clima era divino.

“No tengo conocimiento evidente, señorita,” respondí, “Pero, ¿no podriamos investigar el misterio como el detective Ganimard, el enemigo personal de Arsenio Lupin?”

“¡Oh, oh! pero qué audaz, señor”.

“Para nada, señorita. Déjeme preguntarle primero, ¿encuentra complicado el problema?”

“Muy complicado”.

“¿Olvidó que poseemos la clave para la solución del mismo?”

“¿Qué clave?”

“En primer lugar, Lupin se hace llamar señor R———-”.

"Bastante vaga la información", respondió.

"Segundo, él viaja solo".

"¿Y eso le sirve de algo?" preguntó.

"Tercero, es rubio".

"¿Y bien?"

"Por lo tanto, solo tenemos que consultar la lista de pasajeros, y llevar a cabo un proceso de descarte".

Tenía la lista en mi bolsillo. La saqué y me puse a ojearla. Luego señalé:

"Veo que solo hay trece hombres en la lista de pasajeros con nombres que empiezan con la letra R".

"¿Solo trece?"

"Sí, en el primer camarote. Y de esos trece, veo que nueve están acompañados por mujeres, niños o sirvientes. Eso solo nos deja cuatro que viajan solos. Primero, el Marqués de Raverdan".

"El secretario del embajador estadounidense", interrumpió la señorita Nelly. "Lo conozco".

"El Mayor Rawson", continué.

"Es mi tío", dijo alguien.

"El señor Rivolta".

"¡Aquí!" exclamó un italiano, cuyo rostro se encontraba detrás de una tupida barba negra.

La señorita Nelly se rió a carcajadas y exclamó: "Ese caballero de rubio no tiene nada".

"Muy bien, entonces..." dije, "esto nos lleva a la conclusión lógica de que el culpable es el último en la lista".

"¿Cómo se llama?"

"Señor Rozaine. ¿Alguien lo conoce?"

Nadie respondió. Pero la señorita Nelly miró hacía donde estaba el joven reservado, cuyas atenciones para con ella me habían molestado, y dijo:

"¿Y bien, Señor Rozaine, por qué no contesta?"

Ahora todas las miradas se posaban sobre él. Era rubio. Debo confesar que yo mismo me sorprendí, y el silencio profundo que surgió luego de su pregunta indicaba que los otros presentes también se habían quedado expectantes con esa situación. Sin embargo, era algo absurdo, porque el caballero en cuestión portaba una pinta de perfecta inocencia.

"¿Por qué no respondí?" dijo. "Ya que, considerando mi nombre, mi situación de viajero solitario y el color de mi cabello, acabo de llegar a la misma conclusión y hasta pienso que deberían arrestarme".

Su apariencia, mientras expresaba esas palabras, era extraña. Sus finos labios se juntaban más que lo usual y su cara era pálida, mientras que a los ojos se le notaban las venas. Por supuesto, él nos estaba tomando el pelo, aún así su apariencia y su actitud nos daban una extraña impresión.

"¿Pero no tiene heridas?" dijo la señorita Nelly de forma inocente.

"Eso es cierto", respondió, "Yo estoy entero".

Se subió la manga de su camisa, y nos mostró su brazo. Pero eso no me convenció. Nos había mostrado su brazo izquierdo, y estaba por señalar ese detalle cuando otro incidente desvió nuestra atención. Lady Jerland, la amiga de la señorita Nelly, vino corriendo hacía nosotros toda revolucionada, exclamando:

“"¡Mis joyas, mis perlas! ¡Alguien las robó!

Pronto nos dimos cuenta que no fue así, no se robaron todas. El ladrón solo tomó una parte de ellas, algo bastante peculiar. De los relucientes diamantes, pendientes con piedras preciosas, brazaletes y collares, el ladrón se llevó las piezas más finas y valiosas en lugar de lo más grande. Los engarces yacían en la mesa. Ahí estaban, despojados de sus joyas, como flores a las que les habían arrancado sus hermosos pétalos de colores. Y este ladrón debe haber concretado su hazaña mientras Lady Jerland estaba tomando el té; a plena luz del día, en un camarote que da a un pasillo frecuentado por gente. Además, el ladrón estaba obligado a forzar la puerta del camarote, buscar el estuche con joyas, que estaba oculto en el fondo de una sombrerera, abrirla, seleccionar su botín y arrancarlo de sus engarces.

Por supuesto, todos los pasajeros al instante sacaron la misma conclusión: fue obra de Arsenio Lupin.

Ese día, durante la cena, los asientos a la derecha e izquierda de Rozaine estuvieron vacíos; y, por la noche, se rumoreaba que el capitán lo había dejado bajo arresto, lo cual produjo una sensación de seguridad y alivio. Nos volvió el alma al cuerpo. Esa noche retomamos nuestros juegos y bailes. La señorita Nelly en especial hizo un despliegue de insensata gracia que me convenció de que, si bien las atenciones que le hizo Rozaine al comienzo fueron bien recibidas, ella ya las había olvidado. Su encanto y buen humor confirmaban mi conquista. A media noche, bajo la luna brillante, le declaré mi devoción con una efervescencia que no parecía haberle disgustado.

Pero, al día siguiente y para sorpresa nuestra, Rozaine se paseaba en libertad. Resultó ser que la evidencia en contra de él no era suficiente. Contaba con documentos perfectamente en orden, que demostraban que era el hijo de un acaudalado comerciante de Burdeos. Además, en sus brazos no había ni rastro de herida alguna.

"¡Documentos! ¡Actas de nacimiento!" exclamaban los enemigos de Rozaine, "Claro, Arsenio Lupin puede conseguir todo eso y más. Y lo de la herida, o nunca la tuvo o ya se la quitó".

Luego se probó que en el momento del robo, Rozaine estaba paseando por la cubierta. A lo cuál, sus enemigos replicaron que un hombre como Arsenio Lupin podría cometer un crimen sin siquiera estar presente en el lugar. Aparte de todas las otras conjeturas, aún quedaba un hecho que ni siquiera el más escéptico podría descifrar: ¿Quién además de Rozaine viajaba solo, era rubio, y tenía un nombre que empiece con R? ¿A quién apuntaba el telegrama si no era Rozaine?

Y cuando Rozaine, minutos antes del desayuno, se acercó de manera audaz a nuestro grupo, la señorita Nelly y Lady Jerland se levantaron y se fueron.

Una hora después, un manuscrito circular empezó a pasarse de mano en mano entre los marineros, los comisarios y los pasajeros de todas las clases. Anunciaba que el señor Luis Rozaine ofrecía una recompensa de diez mil francos por desenmascarar a Arsenio Lupin u otra persona que tenga posesión de las joyas robadas.

"Y si nadie me ayuda, yo mismo voy a desenmascarar a ese sabandija!", declaró Rozaine.

Rozaine contra Arsenio Lupin, o mejor dicho, de acuerdo a la opinión más reciente, Arsenio Lupin contra el propio Arsenio Lupin; una contienda para alquilar balcones.

Nada ocurrió durante el siguiente par de días. Vimos a Rozaine vagando, día y noche, buscando, preguntando, investigando. El capitán también desplegó una actividad encomiable. Hizo que se busque por el barco de punta a punta; se registraron todos los camarotes teorizando que las joyas podrían estar en cualquier parte, excepto en el cuarto del ladrón.

"Supongo que encontrarán algo pronto", me dijo la señorita Nelly. "Puede que sea mago, pero no puede volver invisibles los diamantes y perlas".

"Desde luego que no", respondí, "pero tendrán que revisar el interior de nuestros sombreros, chalecos y todo lo que llevamos".

Después, mostrando mi cámara Kodak, una 9x12 con la que había estado tomando fotografías de ella en varias poses, agregué: "En un aparato como este, una persona podría esconder todas las joyas de Lady Jerland. Él podría fingir estar tomando fotografías y nadie sospecharía lo que trama".

"Pero he escuchado decir que todo ladrón deja alguna pista tras él".

"Eso suele ser verdad", agregué, "pero hay una excepción y lleva el nombre de Arsenio Lupin”.

"¿Por qué?"

"Porque él piensa no solo en el robo, sino también en todas las circunstancias que están relacionadas y que puedan servir como pista sobre su identidad".

"Días atrás, estaba más seguro".

"Sí, pero ahora lo he visto en acción".

"¿Y qué piensa ahora?", ella preguntó.

"Bueno, pienso que estamos perdiendo el tiempo".

Y sin ir más lejos, la investigación no dio resultado. Mientras tanto, el reloj del capitán fue robado. Estaba furioso. Redobló esfuerzos y vigiló a Rozaine más celosamente que antes. Sin embargo, al día siguiente, el reloj fue encontrado en el estuche de collares del segundo oficial.

Este suceso causó una gran sorpresa y mostró el lado divertido de Arsenio Lupin, si bien era ladrón, en igual proporción era aficionado a lo que hacía. Mezclaba los negocios con el placer. Nos hizo recordar al autor que casi muere en un ataque de risa que le provocó su propia obra. No había dudas de que era un artista en su particular profesión, y cada vez que veía a Rozaine, triste y callado, pensaba en el doble papel que estaba interpretando. Me generaba cierto grado de admiración.

A la noche siguiente, el oficial en servicio de guardia escuchó quejidos que venían del rincón más oscuro de la embarcación. Se acercó y encontró a un hombre tendido allí, la cabeza la tenía envuelta con una bufanda gris. Sus manos estaban atadas con una cuerda gruesa. Era Rozaine. Lo habían agredido, tirado y robado. Una tarjeta, puesta en su abrigo,tenía escritas estas palabras: "Arsenio Lupin acepta con gusto los diez mil francos ofrecidos por el señor Rozaine". De hecho, el libro de bolsillo robado tenía veinte mil francos.

Por supuesto que algunos acusaron al desafortunado hombre de haber fingido este ataque. Pero, además del hecho de que no podría haberse atado él mismo de esa manera, se había determinado que la caligrafía en la carta era completamente distinta a la de Rozaine. Por el contrario, se asemejaba a la letra de Arsenio Lupin tal como fue escrita en un periódico antiguo que encontraron a bordo.

Entonces, resultó que Rozaine no era Arsenio LupinRozaine era el hijo de un comerciante bordelés. Además, la presencia de Arsenio Lupin fue una vez más confirmada y de la manera más preocupante.

Tal fue la situación de terror entre los pasajeros que nadie se quedaba solo en un camarote o deambulando por los lugares menos frecuentados del buque. Nos manteníamos cerca unos de otros por una cuestión de seguridad, y aún así los conocidos más íntimos se distanciaron por un sentimiento mutuo de desconfianza. Arsenio Lupin era ahora nadie y todo el mundo a la vez. Nuestras suposiciones nerviosas le atribuían un poder extraordinario e ilimitado. Suponíamos que era capaz de asumir los más inesperados disfraces; de ser, por momentos, el muy respetable Mayor Rawson o el noble marqués de Raverdan, o incluso, ya que no nos quedamos solo con lo de la carta de acusación de la letra R, que tal o cuál tal persona muy conocida para todos nosotros aunque tenga esposa, hijos y sirvientes podría ser él.

La primera comunicación inalámbrica desde América no trajo ninguna novedad; al menos, el capitán no nos comunicó nada. Un silencio poco alentador.

Nuestro último día en el buque parecía interminable. Vivimos en un miedo constante de que ocurriera el próximo desastre. Ahora, esto no sería un simple robo o un asalto bastante inofensivo; sería un crimen, un asesinato. Nadie imaginó que Arsenio Lupin se limitaría a esos dos delitos insignificantes. Se convirtió en el amo absoluto del buque. Las autoridades eran impotentes, él podía hacer lo que quería; nuestras vidas y pertenencias estaban a su merced.

Sin embargo, esas horas fueron maravillosas para mí, ya que me gané la confianza de la señorita Nelly. Muy conmovida por estos eventos alarmantes y al ser una persona de una naturaleza muy nerviosa, ella de manera espontánea buscó a mi lado protección y seguridad, lo cual me complació brindarle. Por dentro, le di mi bendición a Arsenio Lupin. ¿No había sido él el medio para acercarme a la señorita Nelly? Gracias a él, ahora podría dejarme llevar en deliciosos sueños de amor y felicidad, sueños que, sentí, no fueron indeseables para ella. El brillo de sus ojos me autorizó a hacerlo; la dulzura de su voz me dio esperanza.

Mientras nos acercábamos a la costa americana, la búsqueda del ladrón que estaba activa fue al parecer abandonada y estábamos ansiosos a la espera del momento supremo en el que el misterioso enigma fuese develado. ¿Quién era Arsenio Lupin? ¿Bajo qué nombre, bajo qué disfraz el famoso Arsenio Lupin se escondía? Y, por fin, el momento supremo. Si llego a vivir cien años, no olvidaría ni los mínimos detalles de esto.

"Señorita Nelly, ¡qué pálida está!" le dije a mi acompañante, mientras se apoyaba en mi brazo, casi desmayándose.

"¡Y usted!" ella respondió, "¡Ah! está cambiado".

"¡Solo piense!, este es el momento más emocionante y estoy muy feliz de vivirlo con usted, señorita Nelly. Espero que su memoria regrese a ser como antes…"

Pero no estaba escuchando, estaba nerviosa y emocionada. La pasarela fue puesta en posición, pero antes de que pudiéramos usarla, los oficiales de aduanas uniformados subieron a bordo. La señorita Nelly murmuró:

"No debería estar sorprendida si oigo que Arsenio Lupin escapó del buque durante el viaje".

"Quizás él prefiera la muerte al deshonor, y se sumergió en el Atlántico antes de ser arrestado".

"Oh, no se ría", dijo ella.

Repentinamente me puse en marcha y en respuesta a su pregunta, dije:

"¿Ve a ese hombre pequeño y viejo al final de la pasarela?"

"¿El que tiene un paraguas y un abrigo verde oliva?"

"Es Ganimard"

"¿Ganimard?"

"Sí, el famoso detective que ha jurado capturar a Arsebio Lupin. ¡Ah! Ya entiendo por qué no recibimos ninguna noticia desde este lado del Atlántico. ¡Ganimard estaba aquí! y siempre mantiene sus asuntos en secreto".

“"Entonces, ¿usted cree que va a arrestar a Arsenio Lupin?”

"¿Quién sabe? Siempre ocurre algo inesperado si Arsenio Lupin está implicado en el asunto".

"¡Oh!" exclamó ella, con esa curiosidad morbosa propia de las mujeres, "me gustaría ver cuando lo arresten".

"Tendrá que ser paciente. Sin duda, Arsenio Lupin ya vio a su enemigo y no tendrá prisa en dejar el buque".

Los pasajeros salían del barco a vapor. Apoyado en su paraguas, con un aire de indiferencia temeraria, Ganimard aparentaba no prestar atención a la multitud que se apresuraba a bajar por la pasarela. El Marqués de Raverdan, el Mayor Rawson, el italiano Rivolta y muchos otros ya habían dejado la embarcación antes de que Rozaine apareciera. ¡Pobre Rozaine!

"Quizás es él, después de todo", me dijo la señorita Nelly. "¿Qué piensa usted?"

"Creo que sería muy interesante una foto de Ganimard y Rozaine juntos. Usted tome la cámara. Voy muy cargado".

Le di la cámara, pero ya era tarde para que la usara. Rozaine ya había adelantado al detective. Un oficial estadounidense, de pie detrás de Ganimard, se inclinó hacia adelante y le susurró al oído. El detective se encogió de hombros y Rozaine continuó. Entonces, Dios mío, ¿quién Arsenio Lupin?

Sí", dijo la señorita Nelly, en voz alta, "¿quién puede ser?"

A bordo no quedaban más de veinte personas. Ella los analizó uno por uno, temerosa de que Arsenio Lupin no estuviera entre ellos.

"No podemos esperar mucho más", le dije.

Se dirigió hacia la pasarela. Yo la seguí. Pero no habíamos dado ni diez pasos cuando Ganimard nos bloqueó el camino.

"Bueno, ¿qué pasa?" exclamé.

"Un momento, señor. ¿Cuál es el apuro?"

"Estoy escoltando a la señorita".

"Un momento", repitió, en tono autoritario. Luego, mirándome a los ojos, dijo

Arsenio Lupin, ¿cierto?"

Me reí, y respondí: "No, solo Bernard d’Andrézy".

"Bernard d’Andrézy murió en Macedonia hace tres años".

"Si estuviera muerto, no debería estar aquí. Pero está equivocado. Aquí están mis documentos".

"Son de él, y puedo decirle exactamente cómo llegaron a sus manos”.

"¡No sabe nada!" exclamé. "Arsenio Lupin navegó bajo el nombre de R--"

"Sí, otro de sus trucos; un rastro falso que los engañó en Havre. Jugaste bien, chico, pero esta vez la suerte no está de tu lado".

Dudé por un momento. Luego, me dió un golpe fuerte en el brazo derecho, lo que hizo que emitiera un grito de dolor. Había azotado la herida, sin cicatrizar, que habían nombrado en el telegrama.

Estaba obligado a rendirme. No había alternativa. Me giré hacia la señorita Nelly, que había escuchado todo. Nuestros ojos se encontraron; luego ella miró a la Kodak que había puesto en sus manos y me hizo un gesto que me dio la impresión que lo había entendido todo. Sí, ahí, entre los pliegues estrechos del cuero negro, en el centro hueco del pequeño objeto, el que tomé la precaución de poner en sus manos antes de que Ganimard me arrestara. Allí había escondido los veinte mil francos de Rozaine, las perlas y diamantes de Lady Jerland.

¡Oh! Juro que, en ese momento solemne, cuando estaba en las garras de Ganimard y sus dos asistentes, me era indiferente todo. Mi arresto, la hostilidad de la gente, todo excepto esta única pregunta: ¿qué haría la señorita Nelly con todas las cosas que le había confiado?

Ante la ausencia de pruebas materiales y concluyentes, no tenía nada que temer; pero, ¿la señorita Nelly decidiría dar esa prueba? ¿me traicionaría? ¿Actuaría el rol de un enemigo que no puede perdonarme? o ¿de una mujer cuyo desprecio se suaviza por sentimientos de indulgencia y simpatía involuntaria?

Caminó frente a mí. No dije nada, pero hice una reverencia profunda. Avanzó por la pasarela mezclándose con los otros pasajeros con mi Kodak en la mano. Se me ocurrió que no sería capaz de dejarme al descubierto de manera pública, pero podría hacerlo cuando llegara a un lugar más privado. Sin embargo, cuando había pasado solo unos pocos metros de la pasarela, con un movimiento de torpeza simulada, dejó caer la cámara al agua entre el barco y el muelle. Luego, bajó de la pasarela y rápidamente se perdió de vista en la multitud. Se había ido de mi vida para siempre.

For a moment, I stood motionless. Then, to Ganimard’s great astonishment, I muttered:

Por un momento, permanecí inmóvil. Después, para el gran asombro de Ganimard, murmuré: "¡Qué pena no ser un hombre honesto!"

Esta es la historia de su arresto que me contó el mismísimo Arsenio Lupin . Los diferentes incidentes, que registraré por escrito más adelante, han creado ciertos lazos entre los dos... ¿Debería decir de amistad? Sí, me atrevo a creer que Arsenio Lupin me honró con su amistad, y que es a través de la misma que él ocasionalmente me llama, y trae al silencio de mi librería, su carácter exuberante y juvenil, su entusiasmo contagioso y la alegría de un hombre que el destino solo le da favores y risas.

¿Cómo era? ¿cómo podría describirlo? Lo he visto una veintena de veces y en cada una es una persona diferente; incluso él mismo me dijo en una ocasión: "Ya no sé quién soy. No me puedo reconocer en el espejo". Sin duda, era un gran actor, y poseía una maravillosa facilidad para disfrazarse. Sin el más mínimo esfuerzo, podía adoptar la voz, los gestos y los modales de otra persona.

"¿Por qué", decía él, "por qué debería mantener una forma y característica definitiva? ¿Por qué no evitar el peligro de una personalidad que es siempre la misma? Mis acciones servirán para identificarme".

Luego, agregó, con un toque de orgullo:

"Es mucho mejor si nadie puede decir nunca con absoluta certeza: ¡Ahí está Arsenio Lupin! Lo esencial es que el público se pueda referir a mi trabajo y decir, sin miedo a equivocarse: ¡Arsenio Lupin lo hizo!"